La primera vez que escuché «esto» me reí con cinismo; pensé, ya no saben que contarnos para «colarnos» este malestar y que nos resignemos pasivamente a ello. Hoy, 5 años después de que comenzara la «famosa crisis» y con vistas a «todavía nos queda», me puedo dar cuenta de todo lo que nos está aportando positivamente si sabemos verlo y recibirlo, claro está.
Durante estos cinco años he escuchado y visto continuamente gente que se ha quedado en paro y pasa por un gran momento de angustia y miedo ante la incertidumbre de no saber como lo van ha hacer para poder seguir viviendo y ante mis ojos se van produciendo los milagros de, no solo que siguen viviendo, sino que acaban descubriendo formas de vivir mejor. ¡Sí! de vivir mejor, con más calidad de vida.
Antes de la crisis, no nos dábamos cuenta de la espiral en la que estábamos metidos casi todos. Una espiral de trabajar, gastar, consumir, trabajar más, consumir más, gastar más, con la esperanza de que todos esos «consumos» nos llevaran a una mejor calidad de vida. Mejor vivienda, mejor tecnología, mas, mas, mas, para tener unas supervacaciones de 15 días, en ese hotelazo de la otra punta del mundo, con ese supermegamovil, o esa supertablet…etc.
Hoy mucha gente esta redescubriendo el placer de trabajar menos, ganar menos, gastar menos y disfrutar de lo que ya tenemos. Sí, quizás vale mucho más la pena unos botes de cerveza y una bolsa de patatas en compañía de buenos amigos o de nuestra familia en la playita de al lado de casa o el parque público, que quizás antes no habíamos pisado.
No tenemos tanto dinero como antes, pero quizás aprendamos el valor del tiempo, ese tiempo que «malgastábamos» trabajando (malgastábamos porque invertíamos en cosas que realmente no nos hacían falta, pero creíamos que no podíamos vivir sin ellas), para algún día, tener tiempo para disfrutar. Absurdo ¿No?.
Estamos cambiado los centros comerciales, apoteósicos templos del «Dinero», deidad de la nueva era del consumismo, por parques, playas y montañas al aire libre, donde disfrutar de forma gratis de nuestra recién estrenada nueva libertad. Cada vez estamos menos sometidos al tirano reloj y estamos aprendiendo el verdadero valor de las pequeñas cosas importantes, como una buena charla con nuestros amigos y/o vecinos (en vez de tanto wasup), jugar con nuestros hijos, nuestras mascotas, mirar a los ojos a nuestras parejas, etc. Y valorar lo buena que está la tortilla de patatas echa por uno mismo y el encanto de extender sobre el suelo el mantel a cuadros rojos.
Las familias se han vuelto a reunir, entorno a una olla de cocido casero; y a pesar de las consabidas disputas familiares que siempre surgen en los inicios, nos estamos reencontrando, reconociendo y redescubriendo a las maravillosas personas que reaparecen en los momentos de mayor dificultad. Si, nuestros políticos y bancos nos han estafado y abandonado, pero ahí están esas personas que nunca nos abandonarán, familiares y amigos. Las personas son las que de verdad importan.
Quizás nunca volvamos a estar como «antes» ¿Y qué? ¿Seguro que antes estábamos tan bien? Sin tiempo para dormir, disfrutar o simplemente no hacer nada, pegados a los escaparates, sufriendo por no poder conseguir el ultimo modelo de Iphone, o los zapatos y modelitos de temporada.
Cada vez me gusta más esta nueva forma de vida donde hay más contacto humano, las transacciones son directas, vuelve el trueque, el «te paso ropa de mi hijo para el tuyo y nos tomamos un café de paso» «yo hago la tortilla y tu pones las cervezas» «pásame la receta del bizcocho y yo te presto el libro que acabo de leer que es muy bueno». El reciclar, el compartir, siento que nos está volviendo más humanos, menos egoístas y temerosos; sí, hay vida después del «paro» y puede ser una vida de mejor calidad, si sabemos relajarnos y confiar.
Que cierto es que «en los momentos de mayor dificultad es cuando descubres a tus verdaderos amigos» y yo añadiría; si no te aferras al pasado puedes descubrir una vida mucho mas llena, nutritiva y mejor.
Yo sueño ya con un futuro en el que el dinero no exista, y se vaya al traste todo el «tinglado» de chuparnos la vida los de «arriba», que seamos verdaderos dueños de nuestra existencia y se termine la tiranía del reloj, de las ventas, de las compras compulsivas, y de la imagen. «Dios quiera que lo vean mis ojos», como decía mi abuela.
Mar Reche