Aunque no se mencione tanto como en entornos de trabajo o escolares, habitualmente en las familias también se dan situaciones de acoso o bullying inconscientemente por parte de algunos miembros hacia otros. Este es el verdadero motivo por el cual cada vez más gente elije pasar las navidades disfrutando de exóticas escapadas, en vez de seguir soportando el » pacífico y amoroso ambiente navideño» que se da en el entorno familiar.
A poco que observemos, podemos ver que en cada familia algún miembro detenta el rol de “cubo de la basura”, suele ser esa persona a la que solo se la solicita para contarle las penas y las quejas. También existe el rol de “chivo expiatorio” persona a la cual se le suele hacer responsable de que las relaciones no fluyan como es debido, es decir, “el culpable”. El “saco de punching”, como yo le llamo, es un rol que detentan personas con mucha capacidad de aguante o con mucho genio, hacia los cuales recaen todos los ataques; estos son imprescindibles cuando en una reunión familiar cunde el aburrimiento y la alternativa es “chinchar” al de siempre para que explote y ya tenemos entretenimiento. El rol del “objeto de burla”, ese con el que es fácil meterse “de broma”, y que cuando se rebota, enseguida se le manipula con un – todo te lo tomas a mal, que susceptible eres, que tonterías dices, que exagerad@ eres-. El rol de “pegamento”, el/la que convoca y se encarga de reunir a toda la familia y luego hacer que no salten chispas en el ambiente y todo se mantenga en calma.
Todos detentamos un rol en nuestra familia, también en el entorno de trabajo o en el grupo de amigos. A veces suele ser el mismo en todos los entornos.
Estos roles que jugamos, que nos hacen jugar, que hacemos jugar; son el entramado neurótico que mantiene las relaciones entre los miembros, en un estado donde hay cierta cercanía, la justa; pero no permite relaciones auténticas de intimidad. Se mantiene constante un estado de vacío, de desnutrición afectiva, que en su lugar es sustituido por sucedáneos y entretenimientos vacuos, en su mejor versión. Lo más patológico aparece cuando en estos encuentros se dan verdaderas situaciones de linchamiento verbal, humillaciones disfrazadas de bromas, insultos soslayados o no tan soslayados, actos crueles de vacío, o de aprovechamiento continuado; maltrato y abuso psicológico al fin y al cabo.
Lo curioso es que ha terapia suelen acudir las víctimas de estos escenarios, buscando una forma alternativa de poder permanecer sin sentir tanto dolor o sufrimiento. No quieren salir del grupo, quieren saber cómo poder estar de otra forma y sintiéndose culpables por su actitud, tal y como les han señalado el resto de participantes. Al fin y al cabo son los raros, las ovejas negras. Y sobre todo en las familias y en los trabajos “hay que aguantar”.
La biología nos ha enseñado que el que se queda fuera del clan, perece. Y muchas personas mantienen la creencia de que “si en tu familia no te quieren ¿Dónde te van a querer?”.
Habitualmente y tras una profunda toma de conciencia de los roles que se juegan, de la dinámica neurótica establecida, de las ganancias neuróticas que se establecen y de llevar a cabo la acción de “cambiar de sitio”; después de un tiempo de adaptación por parte de todo el grupo se pueden establecer relaciones más saludables para todos los miembros.
Sin embargo, por desgracia no siempre ocurre así. Hay núcleos familiares tan enfermizos que no permiten este cambio y luchan con todas sus fuerzas para que no se produzca. Y es lógico, si desaparece ese otro al que le echo toda mi mierda… ¿Qué voy a hacer con ella? ¿Quedármela? ¿Cómo voy a ser la graciosa de la fiesta si desaparece mi objeto de burla? Quizás tendré que elaborar otro rol por el cual me presten atención, incluso lo mismo tengo que aprender a soltar la necesidad infantil de que los demás me tengan que prestar tanta atención ¡Qué horror! No, no, no mejor dejamos las cosas como están.
Y es que alrededor de estos roles se establecen las relaciones de los miembros.
En el peor de los casos, cuando ya se ha intentado todo, el miembro acosado decide salir del grupo o clan; no sin llevarse las acusaciones y los machaques pertinentes. Pero es la última y a veces la única salida y debe decidir: Os quiero pero no puedo más y me voy para cuidar de mi mism@.
Tras los primeros momentos saboreados como una mezcla de libertad, soledad, vacío, impotencia, hastío y traición; la persona comienza generalmente a encontrarse con “otras ovejas negras solitarias” y por fin comprende la realidad.
Que en una sociedad terriblemente neurótica como la nuestra, el expulsado suele ser el más sano, el que tiene más conciencia, al que mandan al psicólogo porque no está bien de la cabeza. Parafraseando el refrán: “en el país de los ciegos, el tuerto es el rey”… yo me permito cambiarlo para adaptarlo a la realidad. EN EL PAÍS DE LOS CIEGOS EL TUERTO ES EL EXPULSADO.
Mar Reche.